lunes, noviembre 06, 2006

El nombre de la rosa - Casa del Inca - 05/09/2000

Año 1327. En compañía de Adso de Melk, un joven e inexperto novicio, Guillermo de Baskerville investiga una serie de muertes intrigantes acaecidas en una abadía benedictina del norte de Italia. Aunque todo parece indicar que las muertes están ligadas a una de las profecías del Apocalipsis, Guillermo de Baskerville está convencido de que la clave del misterio se halla en la custodiada biblioteca del monasterio.
Superproducción del cine europeo, de nacionalidad franco-alemana, y dirigida por el experto en este tipo de obras mastodónticas: Jean-Jaques Annaud. La historia está basada en el best-seller del escritor italiano Umberto Eco, todo un éxito en las librerías del Viejo Continente desde los años ochenta.

Mientras que la novela centra su argumento en dos líneas básicas, el film se ciñe más a una de ellas, quedando la otra un tanto en el aire, sin tratar en profundidad. Así, la trama detectivesca es el principal atractivo tanto de la novela como de la película. Sin embargo, en la historia original de Umberto Eco, todos esos asesinatos y sus investigaciones se desarrollan dentro de un clima de enorme convulsión política y religiosa. En el año 1327, la Iglesia vive, por un lado el cisma de Aviñón, y, por otro, la herejía de los cátaros.
En los primeros años del siglo XIV, el papa Clemente V había trasladado la sede apostólica a Aviñón, dejando Roma a merced de las ambiciones de los señores locales. En 1314, cinco príncipes alemanes eligieron en Frankfurt a Ludovico de Baviera como supremo gobernante del Sacro Imperio. Pero el mismo día, en la orilla opuesta del Main, el conde palatino del Rhin y el arzobispo de Colonia nombraban para la misma dignidad a Federico de Austria. Dos emperadores para un solo imperio, y un solo papa para dos sedes; una situación que engendraría desórdenes.

Dos años más tarde era elegido en Aviñón el nuevo papa, Juan XXII. En 1322 Ludovico el Bárbaro derrotaba a su rival Federico. Si se había sentido amenazado por dos emperadores, Juan juzgó aún más peligroso a uno solo, de modo que decidió excomulgarlo; Ludovico, por su parte, declaró herético al papa. Además, aquel mismo año, los franciscanos, a instancias de los “espirituales”, proclamaban como verdad de la fe la pobreza de Cristo; resolución que disgustó bastante al papa, porque ponía en peligro el privilegio que, como jefe de la Iglesia, tenía de negar al Imperio el derecho a nombrar obispos. Ludovico pensó que los franciscanos, ya enemigos del papa, podían ser aliados suyos. A todo esto, hay que añadir una doctrina que por aquel entonces se extendía por todo el norte de Italia y la Provenza: el catarismo. Con muchos puntos en común con los franciscanos, los cátaros iban más allá en su prédica de la pobreza como modo de purificar el alma, en la negación de la propiedad (siglos antes del nacimiento de Carlos Marx), en la penitencia de carácter físico como forma de vencer al pecado y alcanzar la gloria de Dios. Una doctrina que rápidamente caló entre el pueblo llano, entre la gente pobre, sin cultura ni bienes, que veía en sus propuestas un halo de esperanza, de trato igualitario ante los ojos de Dios. Sin embargo, por esto mismo, por sus revolucionarias ideas, es por lo que era tan peligrosa para los poderosos, enemigos o no. Es por eso que no tardó mucho en ser condenada como herejía, y sus seguidores perseguidos y quemados en la hoguera.

En el año 1327, en esta abadía benedictina sita en el norte de Italia que protagoniza nuestra historia, tienen lugar una serie de reuniones entre los distintos bandos mencionados. A la misma vez que en el monasterio se desarrollan estos trapicheos para repartirse el poder y acabar con los cátaros, una serie de asesinatos comienzan a descubrirse en él. En torno a ellos, aparecerá toda una galería de personajes y de intrigas internas de los frailes: tensiones de poder en la abadía, cuestiones teológicas sobre la figura de Cristo, el control de la enorme biblioteca del monasterio, herejes y seguidores del príncipe Federico ocultos, tramas sexuales de los frailes, ... Y en medio de todo ese maremagnum de conflictos e intereses de todo tipo, un franciscano llegado desde Inglaterra, Guillermo de Baskerville, embajador especial que se encuentra allí cumpliendo una delicada misión diplomática. Junto a él, viaja su acompañante, el joven novicio alemán Adso de Melk. Los dos serán testigos de excepción de las luchas por el poder que tendrán lugar en la abadía y de los acontecimientos de su época. Los dos, también, se convertirán en detectives medievales, embutidos dentro de su sayo. La curiosidad, el ingenio y el sentido común de un agudo observador, hombre sabio, inteligente y rápido de reflejos como fray Guillermo hacen que no pueda quedar impasible ante la reiteración con que se producen las extrañas defunciones, por lo que opta por tomar cartas en el asunto.

Para el papel del franciscano, el elegido fue el actor escocés Sean Connery, en una de sus interpretaciones más recordadas y carismáticas. Parece como si el autor de la novela hubiera escrito el personaje pensando en él. También podemos encontrarnos en el film a un jovencísimo y poco reconocible Christian Slater, caracterizando al narrador y testigo de toda la historia: el novicio Adso de Melk. Junto a ellos, un amplio abanico de secundarios europeos. Y dirigiéndolo todo, el francés Jean-Jacques Annaud, todo un megalómano de la realización a quien le encantan este tipo de producciones fastuosas. Como ejemplo de su obra, destacar los títulos El oso, En busca del fuego o El quinto elemento. En 1976 su película La victoria en Chantant recibió el Oscar al mejor film en lengua no inglesa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

te puedes creer que no la he visto entera?

eso sí, alguien me destripó el final (como hizo el señor Valeriano en su momento con Sospechosos Habituales).
No puedo con eso. me supera que me cuenten los finales. algún día de estos voy a tener que empezar a cargarme gente poniendo veneno en las hojas de sus libros.

Anónimo dijo...

Yo me había leído la novela cuando la vi, así que sabía el final. Eso sí, recuerdo cuando me estropearon el final de El sexto sentido; y no fue Rodrigo Rato.

Maquiavella dijo...

Me encanto esta pelicula.Muy buena , al igual que la banda sonora de James Horner.